Siguiendo la corriente: la década de 1960
Los veranos que Helen Frankenthaler pasó entre 1960 y 1969 con su marido, el pintor Robert Motherwell, en las playas de Cape Cod, Provincetown (Massachusetts), marcaron un nuevo rumbo en su obra pictórica. Si las ingrávidas nubes de Tutti-Frutti (1966) se desplazan con alegre abandono, las masas rectilíneas de El límite humano (1967) parecen descender en bloque. El factor humano puede tener un punto excéntrico. Frankenthaler apelaba a la imperfección y alentaba el humor en sus obras. Los veranos no solo constituían un tiempo para la pintura, sino la oportunidad de relacionarse con sus amigos más íntimos, entre ellos el escultor David Smith, que fue invitado habitual de la pareja.
Frankenthaler y Smith compartían la misma teoría sobre la creación artística: ¡Sin reglas! Se dedicaran a la pintura o a la escultura (o a ambas), el mantra era siempre el mismo: no tener reglas significaba no conformarse con un procedimiento, con los materiales empleados ni con el resultado final; las obras podían ser sombrías, pero también alegres. La escultura de Smith Sin título (Zig VI) (1964) —a base de vigas de hierro apiladas, soldadas y colocadas sobre diminutas ruedas— se tambalea como un gigantesco juguete infantil.