Pintando hasta el final: la década de 2000
Helen Frankenthaler siempre alternó de forma natural la pintura sobre lienzo y sobre papel. El papel le brindaba una alternativa al lienzo debido a su mayor facilidad de manipulación y, en caso necesario, de ser desechado. El diálogo continuo entre el papel y el lienzo también estuvo condicionado por la edad. Cuando la coreografía requerida para pintar sobre el lienzo dispuesto en el suelo se volvió demasiado exigente físicamente, la artista optó de manera natural por papeles o lienzos de grandes dimensiones colocados sobre tableros dispuestos en caballetes.
El arte y la vida se entrelazan de mil modos misteriosos. Se diría que las pinturas sobre papel posteriores a la boda de Frankenthaler con Stephen DuBrul que tuvo lugar en 1994 celebran una renovación vital. Impulso solar y Cassis (ambas de 1995) irradian un optimismo que se manifiesta a través de la precisión caligráfica y la alegre fantasía.
Frankenthaler nunca renunció a su compromiso con la belleza, aun cuando otros artistas más jóvenes y más involucrados políticamente despreciaran tal empeño como algo obsoleto o sin sentido. La belleza trasciende una simple definición; el concepto que Frankenthaler tenía de ella constituía un reflejo de la condición humana. Algunas obras de su última época, como Exposición al sur (2002), parecen contener velos de la fugacidad del tiempo. Al contemplar Conduciendo hacia el este (2002), llegamos a vislumbrar la finitud. ¿Es el amanecer o el ocaso?
Existen sobrados motivos para filosofar sobre el proceso de envejecimiento. “Con el tiempo, nos vamos quedando con lo mejor”: así sintetiza Frankenthaler su defensa de un arte libre de cualquier regla.