Umbrales: la década de 1980

Alcanzar la madurez constituye siempre un rito iniciático. Para una artista como Helen Frankenthaler, atravesar el umbral de la edad madura suponía afrontar nuevas realidades. Era consciente de la importancia de seguir presente en Nueva York para estar al tanto de las creaciones de otros artistas y administrar sus negocios. Pero también sabía que pasar temporadas más largas fuera de la ciudad, cerca del mar, resultaba esencial para ella y le aportaba serenidad. Se trataba de encontrar un equilibrio entre ambas opciones, que logró mientras continuaba dedicada a la pintura.

Nunca remitió la importancia que Frankenthaler concedía a la historia del arte, alentada en sus inicios por las enseñanzas de Feeley en el Bennington College. Desde las cavernas del Paleolítico hasta los Nenúfares de la última época de Monet, Frankenthaler bebió siempre del arte de otros periodos y, desde finales de la década de 1970 y durante la de 1980, halló nueva inspiración en los cuadros de Tiziano, Velázquez, Manet y Rembrandt. El análisis de los detalles abstractos en las obras de los maestros antiguos (una camisa sucia, un voluminoso traje) permitió a Frankenthaler traspasar un umbral técnico y adentrarse en un mundo cromático de diáfanos velos, fondos de color, sutiles aguadas y transparencias. Descubrió un sentido del espacio y de la luz nuevos, que plasmó en obras como Luz oriental (1982), Catedral (1982), Madrid (1984) y Contemplando las estrellas (1989).